miércoles, 8 de abril de 2009

El Azar y la pereza


Siempre queremos evitar el azar, sencillamente porque no lo entendemos. Si, además, el azar nos es desfavorable, le llamamos mala suerte. Y, en un nivel superior, si esa mala suerte afecta a todo lo que nos rodea…su nombre es caos.

Somos tan perros que sencillamente dejamos que el azar siga su propio albedrío, sin preocuparnos de gestionarlo y escudándonos siempre en esa mala suerte. Ya vendrá una buena racha. Solo consiste en esperar y tener paciencia hasta que se giren las tornas. Pero las tornas no solo giran en un sentido: pueden aflojarse o apretarse.

Tenemos tendencia a evitar hacer cosas nuevas que nos puedan dejar en ridículo. ¿Nos pondríamos a boxear y exponernos a que, además de recibir una lluvia de hostias, perder el combate delante de desconocidos? Nos jode perder, pero más nos jode perder mientras nos miran, y buscamos las excusas más ridículas para no decir que nuestro rival da más, y mejores, hostias que nosotros.

Bien, pelearse es un caso extremo, estamos de acuerdo, pero ¿jugaría una partida de ajedrez en un parque contra un desconocido? Le advierto que no existe el factor suerte, no puede echarle la culpa a los árbitro…sencillamente tu oponente es más inteligente, y eso sí que jode.

Pues ridículo y azar se juntaron esta mañana en un bar….y yo piqué. A tres viejos le faltaba uno para poder jugar la partida diaria de dominó, yo me crecí y me apunté…Que nadie me diga que el dominó es un puto juego de azar viéndolos jugar. Una polla como una olla u hoya, que para el caso es lo mismo.

Perdí el café que iba en la apuesta, pero volvía retomar la idea de que el azar se puede gestionar y conocer. Todo gracias a unos jubilados, que me lo han enseñado a mí. A mí, que me va la vida en no cometer el más mínimo error.

Tengo una llamada perdida de Hugo, quizá sea un error devolverla, quizá sea un error no hacerlo. Desde luego el infierno está lleno de decisiones que tomar.

jueves, 2 de abril de 2009

La Piedad nos lleva a la perdición


Piedad, clemencia, perdón…son palabras cuyo uso se ha perdido, más allá de perdonar una ronda de cervezas como gesto magnánimo de amistad. A mi sencillamente me entrenaron para no aplicarlas nunca.

Entiendo que por ello se me vea como un hijo de puta, les aseguro que me han visto de maneras mucho peores, pero cuando me debería ver obligado a perdonar la vida de alguien, o tener clemencia, sabía con certeza que dejarlo vivir era mucho peor para la salud de muchísima gente.

Sí, he matado por un código, un código del que me sentí orgulloso en los primeros tiempos. Un código que apliqué a rajatabla hasta que me di cuenta de que una cierta relajación en su interpretación no implicaba nada más que una simplificación de mi trabajo. Y les aseguro que el don de la simplificación es muy deseable, y podría citarles ejemplos, demasiados ejemplos.

Un código que usé en beneficio de mi propia conciencia y ahora, que únicamente sería capaz de recitar de memoria sus reglas pero jamás aplicarlas, no es más que un recuerdo de una etapa en la que tenía algo a lo que aferrarme para sentirme bien.

Quizá ahora fuera el momento de volver a aplicarlo…o quizá no, la realidad lo dirá.

PD: Llega la hora de empezar a satisfacer el deseo de El General. Así que, seguramente, la aplicación de código tendrá que esperar mejores momentos.

miércoles, 1 de abril de 2009

La cotidiana monotonía


Leí por ahí, las malditas lagunas de la memoria provocadas por el alcohol no me permiten situar “ahí”, que la guerra son largos periodos de aburrimiento salpicados de breves momentos del terror más absoluto.

¿Hace falta que lo explique? Bueno, ya saben: uno se pasa acuartelado la mayoría del tiempo jugando a los dados, leyendo las cartas de la novia, haciéndose pajas o yéndose de putas, que incluso esto al final se hace de lo más aburrido. Y de repente: todo se acelera y da vueltas a tu alrededor, haciendo un ruido espantoso entre giro y giro. Ruido que se parece mucho a balas silbando, bombas explotando y exagerados gritos de soldados con miembros amputados.

Se lo traduciré al lenguaje llano: un notario se toca los huevos la mayor parte del tiempo, hasta que se acaba de construir una urbanización, con una extraña y muy beneficiosa financiación, en el pueblo en el que presta sus servicios. Entonces, pierde el culo, gana un buen dinerito por una mierda de firmas en las escrituras correspondientes. Y cuando se acuesta al ladito de su mujer, que aún se recupera de la reciente adquisición de sus nuevas tetas, dice que ha tenido un día duro, muy duro. Más o menos, que los idiomas no se me dan demasiado bien.

Pues mi trabajo es parecido a esto: largo tiempo de asueto mientras llegan las actividades intensas de las que nadie tiene conocimiento.

¿Y qué hago en mis tiempos muertos? Pues básicamente pasear, tomar el sol en solitarios parques, entrar en librerías de viejo, comprar algún libro e irme a algún bar a leer y tomar un café o estimulante similar.

¿Y cuando llega la noche? Dormir en cualquier hotel o pensión que me venga a mano, salvo cuando la Fortuna sonrie y abre las piernas. Entonces la dama en cuestión, si queda satisfecha con la sensibilidad punzante de mi polla, me permite dormir en su cama, ducharme, desayunar y largarme con viento fresco antes de que llegue su marido, notario de profesión.

Pero cuando llegan los tiempos intensos, las cosas cambian, vaya si cambian.