Recuperé mi libertad cuando abandoné toda esperanza en una vida eterna y feliz, siendo en esta, temporal y jodidamente miserable, como se supone que deben ser las buenas personas: honrados, trabajadores y cumplidores de la ley humana y divina.
Recuperé las cadenas cuando llegaron esperanzas de ser feliz en esta vida.
Creo que entre un proceso y otro no llegó a pasar un segundo. No lo creo, estoy seguro de que no pasó ni un puto segundo.
Creí que, con tener claro que mi vida había acabado en cuanto perdí lo que tenía, y tanto deseaba, desaparecerían las dudas sobre como arrastrarme por el mundo. Supuse que desparecerían mis dudas sobre códigos éticos, hasta que estos saltaron por los aires en el sentido más literal. Y, puestos a equivocarme, también supuse que desparecerían sentimientos como humanidad, amor al prójimo y otros similares que me habían llevado a renegar del alma.
Me equivoqué: arrancarme lo que amaba, me llenó de dudas nuevas. Dudas sobre la venganza, dudas sobre nuevos códigos éticos donde matar no siempre es matar. Donde matar, a veces, es el buen camino, si no el único
Y, entre nuevas esperanzas y nuevas dudas, mi vida ha cambiado un infierno por otro. Pero infierno al fin y al cabo.